lunes, 26 de enero de 2009

El camino a Chauen

Una de las mejores estilográficas de la blogosfera, Curro García del más castizo lugar de Rivas "La Corrala", se lanza a la aventura de descubir Chauen y al final lo consigue.

Nunca había estado en Chauen, pero desde pequeño aquel extraño nombre había formado parte de esa categoría de palabras exóticas y luminosas que las personas adultas repiten sin apreciar su valor, haciendo ostentación de haber desvelado su misterio. Chauen, Chauen. Era un lugar. Estaba en Marruecos. Poco más sabía; algo había oído de las fachadas encaladas de sus casas y de las puertas pintadas de azul. Algo también de no sé qué aire a la Andalucía profunda de algunas décadas atrás, de un reloj parado u otra metáfora repetida hasta la saciedad para describir tantos sitios. Nada de eso casaba con el eco del nombre dando vueltas dentro de su cabeza: Chauen, Chauen. Había algo más, tenía que haberlo.
(Un descuido me llevó a poner una fotografia equivocada. Esta es la elegida por Curro)

Alguna vez buscó en los libros, pero tampoco halló información extensa y mucho menos alejada de las exactitudes geográficas -con alguna pincelada de historia- que se espera de una buena enciclopedia. Chauen, Chauen. Ciudad marroquí. Capital de la provincia del mismo nombre. Al noroeste del país. En las estribaciones de las montañas del Rif. Cerca de Tetuán. Bien. O mal. O nada, como si nada. Había algo más, tenía que haberlo.

Y de pronto, una foto. Es difícil hallar el poso de una verdad anhelada en una imagen, en este mundo en que vivimos asediados por un continuio ruido visual, bombardeada nuestra retina por estímulos que terminamos acogiendo con la frialdad domesticada que nos da la visión gastada -esa que nos taladra en el cerebro y las emociones realidades que nos son muy familiares de tanto verlas en la tele, en la prensa, en el cine, a pesar de que no las conozcamos más que virtualmente-. Sin embargo, así fue.

Ahí estaba Chauen. Era evidente que la foto estaba hecha allí: así lo aseguraba el autor, y cualquier detalle formal de los retratados encajaba con las descripciones mil veces oídas o leídas. Pero no era sólo eso: ahí estaba aquel Chauen, el imaginado sin grandes detalles, sólo con la intuición de un nombre que al niño que había sido se le antojó enigmático.

El sol severo resbalando por la cal y la pintura celeste clara de una fachada; su luz señalando el arco del pasadizo que nos ofrece una sombra agradable y nos invita a regresar: a llevar nuestros pasos al final de la calle, donde el sol se apacigua enredado en los hierbajos rebeldes sobre un tejado. Y allí está, tras el pasadizo, al final de la calle, bajo el tejado, esperándonos con su celeste vivo, la puerta abierta. Para que la crucemos, y entremos sin cerrarla. Para que pasemos a la estancia fresca y, desde dentro, desandemos nuestros pasos con la mirada y veamos, al otro lado, al amigo que hace una fotografía y desafía con ella a las palabras mil veces repetidas, a los atlas y enciclopedias, a la visión gastada.

Ahí estaba Chauen. Y ahí estaba él, descubriendo la reconfortante paradoja de que era allí donde había querido llegar siempre, y de que, en verdad, nunca había estado en otra parte.


Curro la respuesta a los comentarios son de tu incunvencia, muchas gracias por tu estupenda colaboración.

9 comentarios:

Gemma dijo...

¡Qué final tan estupendo!, con ese: "Y ahí estaba él, descubriendo la reconfortante paradoja de que era allí donde había querido llegar siempre, y de que, en verdad, nunca había estado en otra parte". Hay sitios que nos pertenecen sin que hayamos estado nunca en ellos. Cierto.

Un saludo

RGAlmazán dijo...

Me ha gustado el micro-relato. Enlaza perfectamente la foto al texto, haciendo que palabras e imagen queden perfectamente unidas.

Salud y República

SaiZa dijo...

Precioso Relato, como de un cuento con final feliz se tratará, nos ha llevado de la mano por Chauen.
Realmente me ha gustado mucho descubrir tan bello lugar. Un abrazo.

Martine dijo...

Curro has insertado a las mil maravillas lo que evoca Chauen, con la descripción de esta magnífica fotografia... una delicia traspasar de tu mano, una puerta detrás de otra para hallar el frecor, el descanso...

Un beso para tí y otro para Antonio...

Antonio Rodriguez dijo...

Curro te ha quedado estupendo el microrelato. No podias haber hecho una mejor descripción de Chauen.
Gracias por tu colaboración.
Salud, Repúblicca y Socialismo

Curro Corrales dijo...

¡Qué ilusión participar de esta aventura fotográfico-viajera! Ahora sólo falta que esta bitácora cumpa muchos máaaas, y que la web nueva de fotografía nos regale nuevos retazos de lo que Antonio captura con su cámara.

Mega,
En efecto, de eso habla el relato, de cómo a veces tenemos flechazos de realidad que nos descubren cosas de nosotros mismos que ignorábamos. Hay sitios físicos que son nuestros, y nosotros suyos, sin necesidad de haber estado.

Papá,
Ya ves, ¡artista que es uno! Jeje, gracias...

SaiZa,
Ha sido un gustazo compartir 'mi' Chauen, que es en verdad el que el de Antonio -capturado en la foto- ha despertado en mi imaginación. Pedro como dice el propio relato, los lugares en sí mismos a veces no son tan importantes como las ideas, emociones e impresiones que tenemos de ellos.

Selma,
Yo mismo, con vuestros comentarios, vuelvo a cruzar la puerta y estoy cada vez más encantado. Gracias por tus siempre cariñosas palabras.

Antonio,
¡Gracias a ti, hombre! Chauen es una visita pendiente para mí, pero gracias a tu foto, ya he descubierto lo más importante ;-)

Un abrazo fuerte

fritus dijo...

Don Curro Y Don Antonio...fantasticos evocación-microrrelato y fantastica foto, preciosa, como todas las que capta con ese ojo privilegiado.
Un abrazo

Angel Adanero dijo...

Las ciudades no solo están hechas de edificios. También se construyen con las emociones y sentimientos de los que las habitan. E incluso también con los de aquellos que nunca han estado en ellas físicamente.

Precioso relato y preciosa foto. Felicidades a los dos.

Un saludo.

Freia dijo...

Lo que diferencia a un turista de un viajero es el espíritu y el ánimo con el que se acerca a un sitio y la visión que de él se lleva.
Es el ojo de un viajero el que puede hacer que sintamos una ciudad nuestra, que nos pertenezca desde siempre sin haber estado jamás allí.
Bravo a los dos. Por la foto y por haber obtenido de ella la sensación de haber estado allí, de aprehender la ciudad para siempre.

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